Dr. Darsi Ferret
Miami, Florida. 11 de septiembre de 2012.
Ante la permanente crisis económica griega vuelven los siniestros anuncios de analistas y expertos sobre una posible exclusión de este país de la zona euro. El golpe de gracia parece tan inminente como para el próximo octubre, cuando la situación fiscal de esa nación será reevaluada por la troika de acreedores (Comisión Europea, Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional). La probabilidad de que en un eventual retorno a su antigua moneda nacional, el dracma, salga sietemesinos y maltrecho es prácticamente una certeza. Con una economía afectada por la insolvencia, la corrupción, los gastos desmesurados de un Estado hinchado por sobreempleos en su nómina, beneficios y sinecuras, un desempleo del 23 % y una especie de cultura popular que concibe el área pública como para que cada cual tome de ella lo que pueda, la moneda sustituta reaparecería en caída libre frente al gigantón euro.
No hay vanas ilusiones con lo que va a ocurrir si finalmente las naciones de la Eurozona, especialmente Alemania, deciden parar los rescates financieros y deciden desenganchar a Grecia de los países que comparten el euro como moneda común. Los nuevos billetes saldrían al mercado con un valor establecido sobre las mismas bases que empujarían a la salida del euro. En muy poco tiempo el dracma irá devaluándose hasta alcanzar, por ese mecanismo duro y despiadado pero más natural que es el mercado, su verdadero valor. Este hecho llevará a que la masa monetaria tenga que ser incrementada y el gobierno helénico se verá compulsado a imprimir más dinero. Así, bienes y servicios se irán encareciendo hasta que, con buena suerte, se estabilice la balanza con el valor que imponga la oferta y la demanda.
Mas, el pueblo griego deberá sufrir esa debacle. Un cambio de moneda siempre es traumático para un país. Pero es peor cuando se hace para establecer una moneda que no tiene un respaldo sólido que la consolide en poco tiempo. Mientras más tarde en realizarse esa drástica medida, mayor vicisitud y pérdida de nivel de vida sufrirá todo esa atormentada sociedad, y por anastomosis más incontrolable será la inflación y sus consecuencias para el empleo, el consumo y la inversión nacional e internacional.
Pero hay otra ruta que pudiera considerarse como solución para Grecia, que aunque tiene menos sabor nacionalista resultaría más práctica. En lugar de gastarse un dinero que se sumará onerosamente a lo desmesurado que ya adeuda la nación para pagar por la impresión de miles de millones de billetes de dracma, que de inmediato que se pongan en circulación comenzarán a perder valor, ¿no sería más práctico, barato y funcional comprar dólares y aceptarlos como la moneda oficial?
El prerrequisito ineludible que tiene un cambio de moneda es que debe ser por sorpresa. Así se evita en lo posible la mayor parte de la especulación. Su anuncio de inmediato lanza un pánico financiero y una desbocada carrera por salvar los ahorros y valores. Y así, apenas arrancando la nueva moneda, provoca un enorme daño a su proceso de instauración. De primeras, crea una afectación a toda la población haciéndola lidiar con un proceso inflacionario aún más acelerado.
Sin embargo, de saberse con buena antelación que Grecia asumiría el dólar como moneda, la noticia no afectaría de ninguna manera. El dólar está respaldado por la economía más poderosa del planeta. Eso dejaría fuera de la ecuación la fragilidad de ese nuevo circulante en el país. La sorpresa de su instauración quedaría limitada a cuándo ocurriría el suceso.
Sin embargo, debe valorarse si a los principales interesados, los Estados Unidos, Grecia y su entorno financiero europeo, les convendría aceptar esa determinante medida. Por parte de USA no le traería afectaciones a sus finanzas. Por el contrario, además del beneficio de vender una moneda de categoría mundial, el excedente monetario de sus finanzas nacionales siempre tendría una base europea como otro lugar de destino. Esto significa un aporte constructivo y equilibrado en sus finanzas.
Para Grecia, la ventaja sería aún mayor. Descontado el impacto de un proceso inflacionario galopante de inmediato a la instauración del nuevo circulante personalizado en una moneda fuerte, la masa monetaria sería limitada a una cantidad determinada de billetes. El realismo económico que le traería el dólar a la economía y pueblo griegos serían demoledores, pero sanos. Ya que es inevitable un reajuste de las perspectivas económicas de Grecia, la adopción del dólar evitaría el recurrido procedimiento del gobierno de imprimir más dinero cuando la economía naufraga. Los esfuerzos de las autoridades se concentrarían en dirección de evitar la especulación y el fraude bancario con la nueva moneda.
Para la Comunidad Económica Europea sería un alivio tener a un antiguo miembro de la eurozona que no se ha transformado en territorio caótico, financieramente hablando, sino en un miembro pobre de la familia que ha empezado a organizarse para tener un crecimiento acorde a la realidad de lo que son capaces de crear para sí. Además, la especulación y trastornos, fraudes y componendas de una mafia financiera que podría traerle la adopción del dracma en Grecia, quedarían anulados al tener una moneda fuerte del otro lado de la frontera helénica.
En la región latinoamericana está el caso del Ecuador, que por política del entonces presidente Jamil Mahuad, en enero del 2000, estableció el dólar como moneda oficial en el país. Esa medida ha tenido por ventajas para los ecuatorianos que logró el retorno de la confianza y la estabilidad económica, así como freno la creciente inflación predominante en aquel momento, atrajo las inversiones extranjeras y fortaleció el comercio exterior. Hoy, ante los peligros de la marcada tendencia dictatorial del actual gobernante, Rafael Correa, el dólar representa un factor de resistencia a sus insanas aspiraciones.
Pensando en la futura Cuba, algo parecido vendría bien en esa tierra empobrecida por la despiadada especulación financiera de la dictadura militar. Hace unos años, la circulación libre del dólar en el país estaba creando las bases de una independencia económica real de los ciudadanos del todopoderoso Estado. Percibiendo el peligro mortal que esto significaba para la conservación del régimen totalitario, materializaron un forzoso cambio de esa moneda convertible por un dinero inventado y sin ningún respaldo real, el CUC. Y para cargarle el costo de la impresión de la nueva moneda al propio pueblo al que obligaba a entregar sus dólares, la mayoría de ellos enviados como remesas familiares de USA, los dictadores gravaron un impuesto de casi un veinte por ciento a cada dólar que se cambiara.
Pero sería demasiado largo seguir abundando sobre la especulación, la depreciación monetaria y la inflación y miseria que provoca el régimen castrista con las imposiciones, desaciertos y franco despojo que constantemente pone en práctica contra el pueblo cubano. A fin de cuentas, esa pandilla gobernante ya está vencida como una entidad maligna e improductiva que intenta inútilmente sobrevivir de modo parásito más allá de su perverso ciclo de existencia.
Como una certeza extraída de esta triste etapa para la futura Cuba, el temor de los Castro ha dejado claro que poner el dólar como moneda circulante sería un enérgico elemento de independencia ciudadana, de impulso para espabilar y lanzar de inmediato a la economía en furioso paso productivo. El factor legal que ampararía esta arremetida hacia el progreso se basaría en un paso simple: anular las prohibiciones para la productividad de bienes y servicios y su comercialización a nivel nacional e internacional.
Esa misma ansia para un progreso de base real, firme y positiva, puede traer el dólar como moneda para el pueblo griego. Si la nación cuna de la civilización occidental es capaz de dejar atrás trasnochados sentimientos patrioteros y nacionalistas, el dólar puede ser la droga esencial para la curación de sus heridas, y a la vez un educador financiero muy eficiente. El pueblo cubano lo ha comprobado, y pese al esfuerzo de la dictadura para hacérselo borrar de la cabeza con mayores explotación y miseria, la población percibe con nitidez a qué moneda habrá de acudir el día que logre liberarse del régimen castrista.
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