Por Jaime Leygonier.
La Habana es una ciudad robada al campo donde abundan los parques, pero el abandono de la poda y tala de árboles enfermos los hace peligrosos no ya cuando amenazan huracanes, sino cuando ocurren simples tormentas de verano o el árbol decide acostarse..
Y esta afirmación es valida también para los postes del alumbrado eléctrico y del tendido telefónico y los edificios. Es el sello de este estado la acumulación de problemas que no resuelve por incuria e improvisación, y que por afán de control político impide que cualquier otro los resuelva.
Hasta los años 70, los huracanes que pasaron por la ciudad de La Habana ocasionaron menos daño que los que en los últimos años pasaron bien distantes de esta capital.
Antes había servicio eléctrico durante el paso del meteoro o era restablecido pronto tras pocas horas de fallo. Ahora el paso de una tormenta por otra provincia significa para la ciudad de La Habana días sin electricidad, gas y agua corriente.
Esta falta de capacidad estatal la empeoraron los últimos actos de Fidel Castro en el poder, pues dispuso retirarle masiva y obligatoriamente a la población el servicio de gas de balón y las cocinas de queroseno y sustituirlas por gas de la calle y hornillas eléctricas, “la revolución energética”
Ahora el Estado, desde antes de la tormenta hasta días después, corta la electricidad, con lo cual a las pocas horas colapsa el servicio de gas de la calle.
A la población no le venden ni cocinas de keroseno ¡ni keroseno para encender una lámpara!, ni alcohol, ni velas, ni tablas, ni clavos, ni alimentos que pueda consumir sin cocinar.
Al huracán lo esperamos orando o con los brazos cruzados, impotentes de protegernos por la impotencia del Estado paternalista. El Estado se jacta presentando como su obra de protección a la población lo que debiera avergonzarlo. el que miles de personas abandonan sus casas ruinosas para refugiarse en casas de amigos y parientes o albergarse en cines y escuelas.
En el parque de Santos Suárez un árbol enfermo, que hacia años se inclinaba peligrosamente sobre el área de juegos de un “círculo infantil” (nombre revolucionario de kindergartens o jardines de la infancia) cayo al primer viento.
El cubano, hecho ya fatalista como el musulmán, afirma despreocupadamente que si a La Habana la azota un ciclón “de verdad” “¡se acaba el mundo!”.Una cuarta parte de las viviendas irían al piso y el estado se vería impotente para alimentar y atender las necesidades más elementales de dos o tres millones de habitantes.
La protección de la ciudadanía contra los delitos violentos y actos de vandalismo , conservar el orden, no ya en situación de catástrofe sino cotidianamente, es otro fracaso del estado en cumplir deber tan esencial..
El Régimen, como el árbol del parque, como los edificios que permanecen en pie de milagro, se jacta de que nadie lo tumba, Sobrevive fracaso tras fracaso, proclamándolos éxitos o culpando a otro. Su labor de injerencia destructiva asfixia a la sociedad hasta retrogradar la civilización en Cuba.
Metereologicamente hablando los huracanes se caracterizan por sus revoluciones. Este ciclón revolucionario que nos azota desde 1959 ha destruido ya demasiado para que algo pueda funcionar o mantenerse en pie en casos de catástrofe.
El estado ya no puede sostener los servicios elementales en su capital de tres millones de habitantes. Y si no lo tumbamos antes (en legitima defensa)!se cae solo! Una catástrofe natural. le costaría naturalmente el poder, y muchas vidas a Cuba.
La Habana, 1 de septiembre, 2008.
1 comment:
Amen!
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