La Habana Cuba. 11 de junio de 2012.
Tras medio siglo de peregrinaje por el rumbo totalitario, Cuba se va acercando justo a lo que más detesta y pretendió evitar el régimen militar: una relación económica, política, social y cultural cada vez más estrecha con los Estados Unidos. No por vía oficial, sino a través de redes creadas mediante relaciones tejidas por el interés familiar y humano. Situación que representa el paso fundamental hacia el fracaso conclusivo de todo un destino fabricado para un país.
Las fronteras de la Cuba del futuro ya se han ampliado exitosamente hacia la vecina nación que ostenta la mayor prosperidad de la economía de mercado en el mundo. Era lo natural, y se impuso a la larga. Sin embargo, no debió ocurrir de manera dramática sino guiada por una suave y lenta amalgama de intereses comunes, con avances y retrocesos, bajo gobiernos democráticos. Lamentablemente, se estableció por la vía del sufrimiento y del trauma nacional, aún en el campo minado de un proceso de desmontaje de la civilización.
¡Irónico final! El régimen ha envejecido con creciente rigor mortis, cubierto por las pústulas de su fracaso como un mal encavado retrato de Dorian Gray. Este resultado es el mismo que se intentó soslayar a fuerza de soberbia, crueldad y despilfarro. La anciana dictadura aún no se ha extinguido, pero ya nadie cree en sus gastados paradigmas de soberanía e independencia. Lentamente, impulsada por las mismas fuerzas de la Globalización que están cambiando al resto del mundo, la nación empieza el retorno del aberrante desvío impuesto por un grupo y secundada en diversas etapas por buena parte del pueblo en actual servidumbre. Es la clara derrota de todo ese delirio inasible denominado Revolución.
La absurda naturaleza de su proyecto va marcando cada vez más el derrumbe del régimen totalitario. Esta impresión la justifica el mero y vergonzoso hecho de que parasita las remesas que envía el exilio y su metástasis en Venezuela. Además, mediante el secuestro de la soberanía popular, y representándose a sí mismo como la nación, deja en evidencia tres hechos: que ciertamente no representa la verdadera voluntad y ruta que desea la sociedad en el presente; que al soberano, el pueblo, aplastado por el brutal sojuzgamiento y la miseria creciente, se le obliga a comportarse como un niño incapaz de reclamar lo que quiere; y que existe una dependencia total de sojuzgadores y oprimidos por fuentes externas de sustentación.
Quizás esta sea la más antigua razón que influye en el curso de la deriva nacional. Cuba nunca ha sido mayor de edad, o al menos, nunca ha llegado a crecer del todo, a sostenerse con sus propios pies y asumir sus defectos e intentar subsanarlos por esfuerzo genuino. La causa es la responsabilidad soslayada. Primero, por el férreo tutelaje español, luego por el atractivo modelo de crecimiento económico que trajo el apadrinamiento norteamericano (una etapa donde también se dieron los primeros pasos de soberanía, aunque por las consecuencias, no resultaron suficientes) y finalmente la larga etapa de servidumbre castrista. En todas estas fases, con la salvedad del próspero periodo con Norteamérica, la dependencia externa resultó pesarosa y lastrante. En la primera, por la explotación de las riquezas y la imposición de un régimen colonial caduco. En la última, porque la dictadura es totalitaria, explotadora y siempre se ha buscado un aliado que le sufrague su inoperancia, más sólo por estar interesada en su supervivencia, dejando cada vez más en el abandono al pueblo que oprime.
El actual escenario es el de la más frágil dependencia externa de la nación, con mostrada incapacidad de gobernar, y no de sojuzgar, de la tiranía militar. Y en este contexto es peor porque el régimen cubano quedó varado en las reglas que funcionaban dentro de la Guerra Fría. Por ese motivo, de alguna manera imprevisible, será sustituido por un nuevo orden más realista. Más, quizás también dejará como posible alternativa que el pueblo del archipiélago, menor de edad por demasiado tiempo, por inercia histórica pueda sentirse compulsado a arrimarse bajo la sombra de otra guía paternal. Sin embargo, de elegirse esa tendencia, la sociedad cubana repetiría la fórmula equivocada.
¿No será hora de considerar que para la nación llegó el momento de enfrentar los riesgos y venturas derivados de sus errores y de su propio valladar? ¿Se debe seguir pensando en Cuba como el niño incapaz de crecer, esperando que alguien le resuelva sus problemas? ¿No habría que romper el ciclo de tutelaje histórico de colonia española, apadrinado norteamericano y siervo sumiso de los Castro? ¿Acaso todo el trascurrir nacional hasta el presente forjó una idiosincrasia fijada a factores externos para la supervivencia?
Hace medio siglo este período castrista supuso para amplios sectores sociales una etapa de verdadera independencia. Hoy, en la miseria e involución se comprueba lo perjudicial que fue montarse a caballo en una utopía populista y nacionalista, liderada por los deseos y absurdos personales de un narcisista de manicomio, más cuyo germen fraguara en la parte oscura del consciente nacional, incluso antes de que el dictador pudiera comenzar a hacer daño.
Pero justamente debido a esa amarga experiencia los planes de reconstrucción de la futura Cuba no se deberían elaborar fuera de la frontera nacional. Hay que asumir con firmeza que no existen utopías buenas ni malas, ni ingenierías sociales que al intentar aplicarlas dejen de ser nefastas. Y de ser impuestas, más a la corta que a la larga, siempre traen distorsiones terribles.
Recuérdese como al sustraer del cauce republicano y democrático a las naciones y etnias de la ex Yugoslavia para enfrentar sus naturales contradicciones y necesidades de ajuste produjo un error de origen. Primero por los rezagos institucionales que dejaron el repentino final del decadente imperio austrohúngaro y la disfuncionalidad institucional de los reinos absolutistas balcánicos. Luego, con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, al sojuzgar la represión totalitaria la libre manifestación de los latentes resentimientos.
Para cuando a principios de los años 90 del pasado siglo llegó el fin del control comunista en toda la forzada unión nacional, inesperadamente toda la región se volvió un infierno. Entonces, en medio de la culta y civilizada Europa, que seguro se imaginaba a sí misma de vuelta de todas las barbaries, se fue testigo de lo que puede ocurrir a toda una vasta área cuando se le obliga a ocultar sus realidades y a no enfrentar sus problemas con democracia y libertad. Al iniciarse la terrible guerra de Bosnia-Herzegovina y la llamada “limpieza étnica” que trajo tantas víctimas, se desató un odio reprimido tan grande y cruel que aún hoy, casi veinte años después, continúa siendo fuente de crudos resentimientos y violencia. Ruanda y Burundi fueron otros casos cercanos y pavorosos.
Hay necesidad de analizar estos hechos contemporáneos y sacar lecciones. Seguro que se necesitará ayuda. ¿Qué otra cosa podría esperar un país como Cuba devastado por la miseria? Sin embargo, urge potenciar las vías para que el pueblo cubano sea quién decida desde su propio territorio qué va a hacer con su país. Si de verdad se es consecuente con los principios de la libertad, hay que renunciar al tutelaje y confiar en la sociedad, por muy embrutecida y desconocedora del mundo moderno que parezca. Las contradicciones acumuladas, reprimidas por decreto, se quedaron detenidas en su evolución en el año 1959. Van a salir a flote de nuevo y habrá que lidiar con ellas. Eso no lo va a evitar ningún plan de desarrollo por apadrinamiento.
La lenta y armónica solución de los problemas latentes de la nación no excluyen a ningún nacional en ninguna parte del mundo. Cuba debe enfrentar sus desafíos afrontándolos con su propio pie. Esa es la dolorosa, pero necesaria clave para el saneamiento de toda la huella que ha dejado una historia nunca asumida con la verdad como guía. No hay trillos ni atajos, y debe servir de algo entenderlo en ambas orillas.
Por fortuna, los tiempos que corren son de una importante transición mundial de un estadio de civilización a otro superior. Pese a clamores apocalípticos de todo tipo, la Humanidad se conduce a fases de desarrollo y de vida mucho más positivas que el de la Era Industrial que ya comienza a diluirse lentamente. Esta transición en algunos casos provoca sufrimientos, y muchas veces inevitables trastornos y hasta tragedias que sólo el tiempo podrá curar. Pero es una marcha inevitable, y cada vez más acelerada, hacia la nueva Era de la Información.
A Cuba le corresponde el privilegio geográfico de estar a sólo 90 millas del motor impulsor de toda esa dinámica global. El reprimido interés de sus hijos isleños por incorporarse de lleno y sacar beneficios de esta ola de modernidad es tan grande que permitirá quemar etapas económicas que en otra época, de arribar la libertad, hubiese tomado mucho más tiempo, con sus correspondientes mayores insatisfacciones e injusticias. Sin embargo, no se puede pecar de ingenuos. También los cambios traerán altibajos, algunos indeseables. No debe olvidarse la deformación sufrida en el ejercicio real de conceptos como país, o libre y soberano.
No obstante, a pesar de todo lo que pueda ocurrir, será necesario no recurrir a padrinazgos externos, a menos que la realidad nacional se transforme en otra Bosnia o Ruanda, Dios no lo permita. Lo más saludable, aunque duro de emprender, será forzarse a confiar en el ejercicio del libre albedrío y reorganización desde el interior de la nueva nación. Quizá como Grecia y otros países en estos momentos, la Cuba futura deba aprender dolorosamente que están desapareciendo las posibilidades de sustentación del desgastado modelo de Estado Benefactor en el que ha vivido adormecida por décadas. Sólo considerando ese aspecto, se podrá imaginar las dificultades que sobrevendrán. Aunque habrá oportunidad de aprenderlo pacientemente, porque toda nación ha tenido el mismo desafío. Ese es el verdadero significado de independencia y soberanía.
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