Por Dr. Darsi Ferret
Miami, Florida. 2 de octubre de 2012.
La derrota final que va a sufrir el naciente totalitarismo chavista el próximo octubre va a marcar la verdadera entrada de Venezuela en el siglo XXI. El fracasado modelo cubano, ese maltrecho Frankestein zurdo, vuelve a su acostumbrado derrumbe cuando su benefactor sudamericano sea sacado del poder. Una y otra vez redivivo por los cocineros del aparato de inteligencia de La Habana en lamentables y dolorosos intentos de resurrección, caerá en olvido más pronto de lo que se pueda imaginar luego de tanto protagonismo vociferante y, ojo, están quebrados y sin sustitutos que les garanticen el sostén de su aberrante régimen.
Y es que, en esencia, ¿qué le puede aportar al beneficio de los venezolanos envenenarse de tamaño odio, alimentar el rencor y la retaliación? Con tanto futuro por delante en una nueva etapa de la Humanidad, ¿para qué el enfrentamiento con un supuesto enemigo USA que, contradictoriamente, es el mejor cliente para el grueso del producto nacional más valioso? Y ya que sale a relucir el petróleo, ¿es hora de que un próximo gobierno trabaje por qué no sea un mero elemento natural extraído de la tierra, sino el venezolano mismo, el bien más preciado del país?
Algo significativo que va a surgir del triunfo electoral de la oposición en estas elecciones es precisamente la oportunidad que tendrán los venezolanos de quitarse la dependencia psicológica del petróleo. La principal fuente de riqueza de cualquier país son sus pobladores, el capital humano. A ellos hay que dedicarles los mayores esfuerzos en su formación como seres emprendedores e innovadores. El modelo estatista, reforzado hasta límites onerosos por la pandilla de mafiosos en el poder, también deberá ser desmantelado, abandonando el espacio público como empleador, creador de burocracia y corrupción. Y el pueblo deberá aprender a valerse, a pensarse y desarrollarse en iniciativas, no dormitando en la precaria condición de amodorrado clientelismo.
Las nuevas fuerzas anti totalitarias que accedan al poder del Estado tendrán la tarea de empeñarse en transformar radicalmente el país. El espejismo del chavismo ha sido precisamente el mensaje basado en un mayor estatismo y dependencia de Papa Estado, con la consecuente pérdida de voluntad y acomodo a lo que se otorgue a nombre de una redistribución equitativa de la riqueza nacional. Eso fue lo que permitió al régimen chavista triunfar en anteriores procesos electorales. Este es un peligro que continuaría latente, sujeto a despertar de nuevo ante otro cantamañanas que prometa, otra vez, redistribuir el pastel en migajas, en lugar de crear las condiciones para que la gente se cree su propia pastelería. Ese es el mayor peligro para la libertad y el derecho, el falsario atractivo de la apatía que provoca la enfermiza dependencia del pueblo del Estado benefactor.
Por tanto, el nuevo gobierno deberá hacer tripas corazón y emprender lo que éticamente se necesita en el país para verdaderamente hacerlo crecer. Por tanto, la manga arremangada hasta el codo, debe abandonar el monopolio estatal del petróleo y disponerlo a la libre competencia del capital nacional y extranjero. Ese preciado oro negro debe dejar de ser una excusa para no empeñarse. Los réditos que provengan de las ganancias que recaude el Estado deben ser expuestas en cuentas abiertas, al libre acceso de la nación. En lugar de ceder al tentador subterfugio politiquero o populista de ser maná inagotable para suministrarle un cheque mensual de sostenimiento personal a cada venezolano, esas cifras de ingresos deben ser puestas a disposición en créditos con intereses para que cada nacional que quiera emprender un negocio o crearse una fuente de trabajo en su país tenga la oportunidad de echar adelante sus propios sueños de progreso.
Una nación que quiere ser rica y próspera no puede sentarse a esperar porque alguien les haga el trabajo, pues a la larga eso significa la pérdida de la libertad personal y de la preciosa libre determinación. Además, eso no significaría que el pueblo sería despojado de la riqueza que le pertenece, sino que ésta dejaría de ser una excusa para no salirse de la apatía complaciente que provoca. Las nuevas autoridades y el pueblo en general deben mirar con extrema atención la crisis económica que sacude economías mucho más desarrolladas en Occidente. En todos los orígenes yace el mismo principio de corruptivo y despilfarrador intervencionismo y asistencialismo gubernamental, que en su nefasta variante más populista se ha intentado poner en marcha en los últimos años en Venezuela.
Si la nación venezolana quiere un verdadero cambio de vida, va a tener que ser tomando las riendas de su propio destino y no dejándolo a la responsabilidad y discreción de unos pocos. El fin del chavismo no sólo significará un punto y aparte en la nación hermana. Todo el fraguado tinglado político de enfrentamiento antiimperialista continental se derrumbará como un castillo de naipes ante la ausencia del cada vez más oneroso bombeo de petróleo a su debilucho corazón. Y por primera vez en muchos años los populismos de izquierda sostenidos a la sombra de este absurdo político, tan alejado a sabiendas de las nuevas realidades mundiales que llegan a diario, se verán enfrentados a las carencias y desmadrados desvíos sin salida a donde se empeñan en conducir a sus pueblos. Evaporado el espejismo chavista, quedará tan al descubierto el despropósito de este inútil absurdo que muchos gobiernos comenzarán a ser repudiados por la mayoría de sus gobernados.
Pero será la dictadura cubana la que más pierda en este juego de ruleta rusa que una y otra vez se empeña en poner la sien. Esta vez la cosa será tan en serio que muchos de esos personajes privilegiados que parecen columnas incondicionales del raulismo se preguntarán si no será ya la hora de pasar a forzoso retiro a este parapetado inepto y comenzar a cambiar realmente algunas cosas en el árido paisaje nacional. No los guiará el patriotismo, un repentino dengue democrático, o ni siquiera la preocupación por el creciente y prolongado sufrimiento de una miserable población a la que se han acostumbrado a ver como ganado disponible. Se decantarán por mejorar algunas cosas, concediendo ciertas libertades que le permitan respirar un poco y de verdad a la gente. Quizá no sepan o no quieran saber que ni siquiera ese tipo de modesto empeño se podrá emprender sin el peligro de que el dique de la libertad se desborde. Demasiado tiempo la libertad ha sido retenida entre cuatro paredes.
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