Dr. Darsi Ferret
Miami, Florida. 9 octubre de 2012.
Es intolerable la pasividad de la comunidad internacional ante los cada vez más despiadados ataques del régimen sirio contra su propio pueblo, con miles de víctimas en la población civil y unos 300 mil desplazados. Si están tan preocupados por la estabilidad regional, ¿qué imaginan las autoridades internacionales qué ocurrirá en el futuro inmediato con este país árabe? Cada vez más asolado por una guerra civil, en medio de una zona tan volátil como es el Medio Oriente, las posibilidades de expansión del conflicto más allá de las fronteras sirias se está transformando en una palpable realidad. De hecho, ya el ejército sirio disparó proyectiles de morteros hacia el territorio fronterizo turco, y mató a 5 civiles. Por su parte, las autoridades turcas han respondido con fuego de artillería, además, la Asamblea Nacional de esa nación miembro de la OTAN dio luz verde a una moción que aprueba la guerra contra Siria si se incrementa la tensión militar entre ambos países.
Turquía ya enfrenta una incipiente guerra irregular de sus tropas con el belicoso Partido de los Trabajadores Kurdos, de un perfil marcadamente comunista. El Líbano se agita en crecientes conflictos armados entre facciones. El régimen sirio es apoyado por unidades de asalto iraníes y las desesperadas fuerzas de la resistencia acuden a cuanto brazo armado se ofrezca a ayudarles, entre ellos miembros del extremismo islámico como Al Qaeda. Esta escalada hacia la violencia y el extremismo fundamentalista puede convertirse en una deriva vertiginosa, incontrolable. La situación no se va a resolver por la vía pacífica, no cuando hay derramada tanta sangre inocente y coinciden combatientes de bandos tan opuestos por imponerse frente a una dictadura decadente como la de Bashar Al Assad.
Pese a las dubitaciones y reluctancias de diversos estamentos del poder en Occidente, la intervención humanitaria de sus fuerzas armadas en el cruento conflicto libio demostró ser el paso más racional y de menor costo en vidas y recursos para solucionar una transición hacia la democracia que exigía una mayoría de ese pueblo. Fue una acción consecuente con los más emblemáticos principios políticos occidentales. Los pueblos de la Primavera Árabe se han levantado contra dictaduras envejecidas en el poder que los han mantenido en la miseria y reprimido por demasiado tiempo. Y, a pesar de la visión de latente amenaza de nuevos fundamentalismos en el poder, los protagonistas de la ola libertaria en las naciones del Medio Oriente y el Norte de África lo hicieron clamando democracia y libertad, no exigiendo la instauración de regímenes teocráticos basados en la intolerancia y la represión. Es una realidad que el ideario democrático y de Estado de Derecho de Occidente con gran fuerza busca un espacio preponderante en países de una región y cultura que parecían condenados al oscurantismo permanente. ¿Por qué no basta esa señal tan estimulante para que las naciones occidentales reconozcan el triunfo del carácter universal de sus propios valores?
Y esta reacción de imprudente ceguera resulta aún más asombrosa ante las transformaciones que provoca en la actualidad el efecto revolucionario de las nuevas tecnologías de la comunicación personal. Aunque aún persisten en el enquistamiento añejas satrapías, y que también hay sectores que se resisten en las sociedades desarrolladas de Occidente, el crisol emisor de modernidad impone una nueva época, con cambios inesperados que están volviendo obsoletos las dinámicas y patrones conocidos. En este contexto, se enfrentan dos grandes corrientes de criterios políticos: los que se aferran al estatismo y al Estado de Bienestar, y los que optan por el libre mercado y la potenciación de la sociedad civil. Y comienzan a modificarse estructuras sociales, económicas y políticas que parecían asentadas y firmes, antes sujetas a una plácida evolución. La Globalización avanza transformándolo todo para el futuro.
Se imponen la liberalización, la comunicación, el libre albedrío y los derechos individuales con una fuerza inclusiva, unificadora y generalizada nunca antes vista en anteriores procesos civilizatorios. Un lenguaje común de progreso, de búsqueda del desarrollo, de modernidad superan los viejos conceptos, arrinconando las excluyentes teorías enraizadas en cancillerías, academias y sesudos ensayos y monografías académicas. Los hechos internacionales, como los recientes que comienzan a desplazar de eje vetustos gobiernos represivos, sacuden de los cómodos aposentos de la política tradicional al frío cálculo y las consideraciones geopolíticas de limitado perfil.
¿Por qué resulta aún imposible para los poderes elegidos de las democracias occidentales reconocer que todavía padecen la alucinación de la vieja estrategia de contención con la que se enfrentó el agresivo expansionismo comunista? Las determinantes palabras de rechazo a la dictadura asadita, pronunciadas por el flamante presidente egipcio, Mohamed Mursi, en la pasada Cumbre de países No Alineados, dan una señal inequívoca del liderazgo de estas nuevas fuerzas políticas. Contra todas las persistentes alarmas de los expertos, un representante de la Hermandad Musulmana, catalogada como la quintaesencia del fundamentalismo intolerante, no sólo descalifica el despotismo en un país hermano como siria sino que da pasos para establecer el Estado de Derecho en su propia nación al mandar de una buena vez para los cuarteles a los poderosos miembros de la casta militar egipcia, que se resisten en sus intenciones de seguir gobernando. Se anuncia firmemente el derecho y el gobierno civil no sólo dentro de sus fronteras, sino por encima del viejo código de alianzas con dictaduras ante el “peligro” de las ideas libertadoras occidentales.
Esa es la deriva real que hay que tomar en cuenta y apoyar sin vacilación para lograr la estabilidad y verdadero progreso en los problemas de la pobreza, el oscurantismo y la transparencia en las relaciones internacionales. Este ejemplo de identificación con los nuevos tiempos de transparencia, democracia, Estado de Derecho y libertad representa un referente que las elites democráticas de Occidente no deben obviar. No si pretenden que la democracia y la libertad recién conquistadas en los países árabes dejen de ser frágiles y se consoliden de manera firme con su apoyo.
La nueva geopolítica no está fraguada en laboratorios de espionaje, de intriga internacional, o de componendas en despachos. No obedece a un plan minuciosamente organizado de un grupo selecto de conspiradores. Estas visiones que se empeñan en ser retomadas por algunos son viejos espectros de una Guerra Fría que ya terminó hace más de veinte años. El contexto internacional no se limita a las novedosas expectativas que comienzan a cambiar radicalmente al mundo árabe. También se extiende a otras áreas como la Península Indochina, donde cada vez más y a pasos concretos se consolida el espectacular auto-desmontaje de otra dictadura militar como la Birmana. El efecto de estímulo al progreso que de esa manera irrumpe en un área de tradicional autoritarismo no es una casualidad. Su ejemplo aún en ciernes provocará cambios insospechados. Y esta es una de las expectativas más importantes del futuro próximo que los tanques pensantes y decisores de la política en Occidente no deben pasar por alto por apego a lo conocido. Ocurrido en un escenario tan distinto al mundo árabe, demuestra que la expansión de las ideas democráticas cala en los pueblos y estos las identifican como suyas en un ideario a seguir.
Sin embargo, no todo es rosa. En América Latina, las elites gobernantes, los partidos políticos, los sectores ilustrados, los grupos de poder aun anquilosados parecen persistir en una especie de aislacionismo ideológico, atraído por gastados proyectos entramados con ideologías totalitarias e imposiciones de élites auto-elegidas y auto-promovidas. Sus trazos esquemáticos son palpables. Los últimos años en la región han estado plagados de pactos, fundaciones de agrupaciones regionales de supuesto tono de tendencia mundial, pero que en realidad empalman alianzas oportunistas que rechazan la real integración a cambio de intentar dolorosos esquemas guiados de una visión nacionalista cimentada en el antiimperialismo, calificado de antinorteamericano, pero en realidad antioccidental.
Sería ingenuo achacar esta persistencia por lo retrógrado disfrazado de independentismo a la perversa influencia de una carcomida dictadura como la cubana. Esta no fue ni en el presente puede confundirse con una vigorosa guía continental, distribuidora de influyente virulencia. En sus mejores momentos el régimen militar castrista fracasó en su pretensión de influenciar en el frágil sistema democrático latinoamericano. Su falta de escrúpulos lo condujo a establecer alianzas solapadas hasta con dictaduras como la militar argentina, de tono radicalmente opuesto al comunismo que voceaba defender. Pero todos los intentos de consolidar su influencia terminaron derrotados. Desde la dictadura militar sandinista de Daniel Ortega en Nicaragua, hasta su activo papel de solapado testaferro en los proyectos guiados por las trasnochadas proyecciones militaristas soviéticas, así como el fracaso conocido bajo el peso de las botas de la 82 división norteamericana en Granada, y pasando por la nefasta influencia que sin dudas determinó el fin del experimento de la Unidad Popular en Chile.
Por tanto, es ingenuo establecer a priori que todo lo que ocurre en estos izquierdismos populistas en América Latina, con un obsesivo énfasis en la exclusión de Norteamérica de sus débiles conciliábulos, se deba a la dominante concepción retrógrada que continúa destilando la dictadura militar antillana. Las élites latinoamericanas son plenamente culpables de los pasos regresivos que están influyendo en el Continente.
Sin embargo, todo este esquema de resistencia a la integración mundial, que es lo que realmente oculta tanto clamor de salvación nacional frente a los turbios designios del “Imperio” norteamericano, no es sostenible frente a las fuerzas del cambio mundial, inmedibles en su capacidad realmente integradora. Estos esquemas antidemocráticos como el CELAC, UNASUR, ALBA… son tan frágiles que no resisten el menor embate contra hechos de la realidad política contemporánea. Y esto ocurre porque, al igual que la dubitativa capacidad decisoria de las cancillerías democráticas de Occidente ante la precipitación de los hechos revolucionarios populares, estas estructuras han emergido alejadas de una ética que exige la correspondencia entre lo que se defiende como principios y las acciones que esto implica. La ética, como la gota de agua que llega a perforar la piedra, es un arrumbe inevitable entre los principios y valores que se proclaman como válidos y las acciones que se protagonizan en su nombre.
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