Por Dr. Darsi Ferrer Ramírez.
La repentina salida del escenario político del exgobernante Fidel Castro ha generado un sin número de reacciones y, como es lógico, despierta una gran expectativa sobre la repercusión que tendrá el final biológico de su existencia en el desmantelamiento de la tiranía que sojuzga las libertades y derechos de los cubanos.
Por estos días, declaraciones de prominentes figuras y de analistas políticos versados en el tema de Cuba se enfocan en pedirle a los cubanos, principalmente a los representantes de la oposición, no desesperase, aconsejan actuar con cautela ante la incertidumbre de lo que realmente esta sucediendo en la cúpula de la tiranía.
Es frecuente la referencia a no cometer imprudencias que alteren la “calma” y la “paz social”. Estrategia que se sustenta en evitar todo tipo de acciones que puedan ser consideradas por los militares que han tomado el control del poder como una provocación y los obligue a responder de modo violento contra la sociedad.
Hacerse una representación mental de semejantes planteamientos resulta simple: “después de tanto sufrimiento y dolor durante 47 largos años hay que cifrar las esperanzas de tener oportunidades de vivir con decoro a la posible buena voluntad de un grupito reducido de generales que, cuando estimen y sin ser presionados, decidirán el destino de once millones de personas”.
Los teóricos dialogueros aducen que la poca capacidad intelectual del invisible presidente en funciones apunta hacia el desplome del castrismo, sistema totalmente decadente que, según ellos, aun con la ingerencia y sostén económico proveniente de Venezuela, carece de alternativa de continuidad sin la dirección y el liderazgo histórico del exgobernante Castro.
De ese modo, obvian las hipótesis que califican al recién estrenado heredero dinástico como pragmático y, de hecho, minimizan las medidas que esta adoptando en post de consolidar el totalitarismo, entre ellas, manejar la posibilidad de retorno a sus funciones de su hermano mayor como vía de ganar tiempo antes de asumir plenamente la responsabilidad del país, despersonalizar y ofrecer una imagen de institucionalidad del poder a través del partido comunista en la desesperada búsqueda de aceptación interna y de legitimidad y reconocimiento internacional, utilizar los medios de comunicación en función de ensalzar su figura y la de su estrecho círculo de jefes militares ahora con dotes de paternalistas, inofensivos y humanos, afianzar los mecanismos de terror contra la sociedad mediante el establecimiento solapado del “estado de sitio” movilizando al ejercito, al ministerio del interior y a las organizaciones de masas para responder a cualquier intento de rechazo popular.
En fin, la alternativa que propugnan los aparecidos abanderados de esa tendencia es llamar a la oposición y a los hermanos del exilio a que asuman una postura de precaución y pasividad, o sea, que contribuyan de modo protagónico a la Inacción de la sociedad en la Isla.
Mientras, confunden con “calma y paz social” los millares de balseros que perecen en el estrecho de la florida tratando de huir de la “tranquilidad” que garantiza la tiranía; los centenares de actos de repudio, muchos con golpizas incluidas, realizados contra los que se oponen a los intereses políticos de la oficialidad; el trato cruel, inhumano y degradante que reciben los cerca de cien mil reclusos que, sin el beneficio de un juicio justo, purgan sanción en los mas de doscientos centros penitenciarios, entre ellos, centenares de presos políticos; el terror a las represalias que domina la existencia de quienes viven en Cuba; la conculcación de las libertades, derechos y oportunidades de progreso y vida digna de los cubanos.
Poco atinada la sugerencia, este no es momento de pactar con tiranos que le temen al potencial disidente diseminado en la sociedad y que urge de ganar tiempo para imponer estabilidad en el poder. Las fuerzas antagónicas al castrismo jamás deben renunciar a la postura de exigir con energía los cambios y reformas verdaderas que aseguren el tránsito indetenible hacia la libertad y la democracia de la Nación.
Las posibles consecuencias represivas o violentas a enfrentar no son reacciones desesperadas de un régimen en apuros sino la esencia de su actuar.
Rehusar a la violencia como método de lucha y fomentar la paz, el amor y la concordia entre los seres humanos son principios que no interfieren sino refuerzan la obligación de cada opositor de inculcar en la población la postura de No Cooperar con la pretendida perpetuación del régimen.
Los llamados y las presiones para que no se utilicen las armas contra el pueblo indefenso, se desencadenen otras olas represivas de encarcelamiento por razones políticas, ocurran eventos de descontrol social, deben estar dirigidos a quienes portan las armas y ostentan el poder. Al menos, hacerles comprender que tendrán que asumir ante la ley el costo de cualquier acto irresponsable que implique excesos, abusos o violaciones de los derechos humanos.
Desaparecido el principal obstáculo, las actuales circunstancias ofrecen a la estructura de mando una oportunidad concreta para la apertura pacífica del régimen.
Contrario a la posición demostrada por quienes, a conciencia o involuntariamente, son partidarios de la sucesión del poder, lo aconsejable es que la comunidad internacional no reconozca ni legitime a la tiranía, solo al gobierno que adopte normas democráticas establecidas mundialmente, libere a los presos políticos, abra espacios públicos de debate y reflexión, y contribuya al diálogo político nacional.
En Cuba, por regla general, las personas albergan miedo, desean respecto y garantías individuales, añoran la paz y la tranquilidad social; este trascendental momento exige de todos, sin exclusión, una elevada cuota de sacrificio que con decisión
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