Por Dr. Darsi Ferrer
La Habana, 19 de abril de 2009.
La eliminación de todas las restricciones a los viajes y al envío de remesas de los cubanoamericanos, por la administración del presidente Obama, generó reacciones que acentúan las diferencias respecto a quienes proponen que los EEUU deben insistir en el aislamiento del gobierno totalitario, y aquellos que opinan que es hora de desmontar el embargo y optar por restablecer las relaciones con la nación cubana.
Las anteriores administraciones de EEUU coincidieron en asumir el esquema aplicado al régimen de la Habana en tiempos de la guerra fría, de confrontación retórica e imposición de sanciones económicas unilaterales. Esa posición resulta una barrera que impide el fortalecimiento de la sociedad civil cubana, y sirve de justificación al gobierno marxista para sostener el esquema de plaza sitiada, además de que desconoce las realidades del actual contexto global, la situación particular del hemisferio, los acontecimientos derivados del cambio de gobernante en la Isla, y la finalidad de facilitar la libertad y la democracia al pueblo cubano.
En términos más simples, cabe preguntarse ¿es el embargo un fin o un medio?
Si las motivaciones del embargo fueran el mero hecho de que los EEUU no deben tener vínculos económicos con naciones antidemocráticas que mantienen subyugadas a sus sociedades, surge un cuestionamiento, ¿por qué no existe la misma preocupación con países como China o Vietnam?
En caso de que las sanciones económicas estén concebidas como el mecanismo de influir en el cambio de sistema político en Cuba, entonces, ¿medio siglo no basta para entender que esa no es la vía de impulsarlo?
El importante paso dado por el presidente Obama significa el inicio de una política hacia Cuba; antes no la hubo, a pesar del innegable compromiso moral con la suerte del pueblo cubano que demostraron las anteriores administraciones de EEUU.
A diferencia de la política errada e ingenua de la Comunidad Europea, que aboga por el acercamiento y el diálogo constructivo con las autoridades de la Habana, a costa de desconocer a los actores de la sociedad civil y de no crear redes de intercambio y de comunicación con los ciudadanos de a pie, las medidas de Obama parten de la necesidad de propiciar los vínculos entre las familias separadas por las fronteras geográficas de ambos países, y tienen el alcance de construir puentes que posibiliten el reencuentro de los cubanos con la sociedad americana y su integración en el contexto internacional.
La firma de leyes que derogan las restricciones a los viajes y remesas se acompaña de la autorización a las compañías de las comunicaciones para que brinden sus servicios mediante contratos en Cuba. También se escuchan promesas acerca del análisis de la aplicación de otras medidas unilaterales, entre las que destacan permitir que los ciudadanos americanos viajen a la Isla y facilitar los contactos a nivel cultural, religioso, educativo y profesional.
Según algunos analistas políticos, contrarios a esta nueva proyección del gobierno de los EEUU, disminuir las tensiones que alimentan el diferendo entre ambos gobiernos es un beneficio para el régimen de la Habana, porque le representa acceso a créditos del contribuyente americano que podrá invertir en su empeño de mantenerse en el poder. Esta conclusión pasa por alto que el gobierno cubano siempre ha contado con los recursos necesarios para garantizar sus estructuras de dominación, ejemplo de ello lo constituye la plantilla de miembros de su ministerio del interior, y los sofisticados y costosos equipos de los que disponen.
La perpetuación en el poder de la élite gobernante no depende de los créditos americanos sino de los enormes subsidios que recibe de sus aliados ideológicos, y de la incapacidad que afronta la sociedad civil cubana para articular sus proyectos e iniciativas, por la falta de espacios, los obstáculos que impiden su integración con otras sociedades y la carencia de recursos.
Menos convincente aún resultan los intentos de justificar el rechazo al cambio de enfoque de la administración americana, con la argumentación de que el acercamiento entre las dos naciones le ofrece reconocimiento y legitimación al gobierno totalitario. Por estos días todos los gobiernos del hemisferio, tanto los que están encabezados por presidentes populistas como aquellos que respetan las reglas democráticas de sus naciones, han formado un coro para exigirle a EEUU que levante el embargo impuesto a Cuba, petición que recoge el clamor de la inmensa mayoría de los países del orbe. La pretendida exclusión de la Isla ha terminado por aislar a los EEUU y por crearle el costo de empañar su imagen a nivel internacional.
Ya Obama, haciendo gala de su pragmatismo, rompió la inercia y tomó la iniciativa. Si insiste en el desafío de desbloquear paulatinamente las relaciones de EEUU con la sociedad cubana, pondrá a las autoridades de la Isla a escoger entre sus dos únicas opciones: aceptan el reto y abandonan su cómoda posición de atrincheramiento en el esquema del indefenso David asediado por el gigante, o se aferran a la retórica ideológica y el inmovilismo. En este nuevo escenario cualquiera de las dos alternativas les resultaría desfavorable.
Mantener el status quo para el gobierno cubano significa reconocer ante la comunidad internacional que su enemigo no es EEUU sino Internet, la telefonía móvil, la televisión por cable, el contacto de los ciudadanos con los turistas de Norteamérica, los religiosos, académicos, estudiantes, profesionales, y con la agravante de que la sociedad cubana posee una identidad y una cultura muy distinta a la de Corea del Norte, y que el efecto Obama ha generado esperanzas y expectativas de cambio en gran parte de la población.
Si por el contrario, las autoridades de la Habana asumen el reto de la política de acercamiento, que elimina las tensiones bilaterales, serían presionados por las circunstancias a implementar algunas medidas liberalizadoras en respuesta a la apertura del otro bando, lo que compromete la eficacia de los mecanismos de control social, que utilizan para someter a los ciudadanos por su obligada dependencia del Estado.
La maquinaria del poder en todos los regímenes totalitarios, como en el caso de Cuba, está diseñada para que funcione en condiciones de aislamiento. Ese tipo de gobierno requiere de un enemigo foráneo para infundir en la sociedad una mentalidad paranoide, que se reproduce con el miedo constante a la amenaza de ser agredidos. Argumento que justifica la supresión de las libertades y derechos de los ciudadanos, así como el bloqueo de las vías de conexión con las sociedades abiertas.
El desmoronamiento del socialismo real en Europa del Este demostró que las sociedades cerradas no pasan ni siquiera la prueba de experimentar un asomo de apertura en el campo de las libertades, porque se sustentan de una realidad artificial que no se corresponde con las necesidades y los deseos de los ciudadanos.
La caída del régimen de Pretoria, en Sudáfrica, es una referencia de que la política del embargo económico es efectiva, pero siempre que se aplique de manera multilateral. No es la situación de las sanciones unilaterales de EEUU a Cuba que, entre otras cosas, mantienen un comercio significativo ambas naciones, con sumas millonarias de importación por la Isla de alimentos y medicinas, así como los contactos bilaterales y canales de colaboración en el área militar.
Ojalá que el embargo más que un fin esté concebido como un medio, que los resentimientos y apasionamientos pesen menos que las realidades, y que el presidente Obama no se conforme sólo con llevar la delantera en el diferendo con la Habana. Del gobierno de la Isla, nada espera la inmensa mayoría de los cubanos.
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