Ciudad de la Habana, 6 de abril de 2009
Lic. María Esther Reus
Ministra de Justicia de la República de Cuba
Sra. Ministra:
No pensé nunca que tendría que escribirle por segunda vez, pero esta será la última ocasión que lo haga. De lo que se trata es de mi carta entregada en su Ministerio en días pasados, en la que le remitía los detalles de unos seminarios que como abogado, me habían sido solicitados por algunos ciudadanos desde la sociedad civil. Este seminario breve, de cinco sesiones de duración pretenden dar a conocer algunos elementos de ,la Teoría Constitucional, Derecho Penal, Procesal Penal y ciertos detalles de Derecho Internacional y los Pactos de los Derechos Civiles y Políticos y de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, firmados por el país en Nueva York el año pasado y en espera de ratificación. Le remití copia adjunta.
Estos seminarios, allí donde he podido impartirlos, han sido acogidos con gran interés por los ciudadanos participantes y aunque muchísimas más me han planteado su deseo de recibirlos, he constreñido los mismos a no más de 10-12 personas para evitar aglomeraciones innecesarias ni interpretaciones inadecuadas. Como estoy seguro usted sabe, no ha existido ningún incidente que pueda atribuirse al curso en si mismo o a sus participantes. Por otra parte, recordará que invitamos a las autoridades a participar, y ahora soy más explícito, a monitorear de la forma que lo entendieran pertinente el contenido, su exposición y el transcurso de los mismos.
Pero la historia se repite. Cuando me dirigía al último encuentro del segundo grupo que recibía estas lecciones, fui nuevamente interceptado por miembros del DSE que en esta oportunidad, y no con la cortesía de la vez anterior, me comunicaron tajantemente que los cursos no continuarían. Yo llevaba un Código penal conmigo. Se lo mostré a los agentes solicitándoles me indicaran en él los artículos en que fundamentaban su prohibición, pero ellos no quisieron ni tocarlo evidenciando más bien molestia ante su vista, insistiendo en su posición. Cuando argumenté que no podían prohibir lo que la ley no prohíbe y que podían cometer abuso de autoridad con su actuación, uno de ellos se me acercó espetándome las palabras con que encabezo esta carta.
A posteriori supe que participantes en el seminario habían sido visitados y amenazados de ser golpeados y encarcelados de persistir en su asistencia.
Hasta aquí los hechos. No es mi intención enzarzarme en una discusión pública con los señores del Ministerio del Interior los que, al menos estos últimos con quienes “conversé”, parecen no prestar la menor atención al derecho positivo de la nación ni, siempre según mi apreciación, ningún acatamiento a los otros poderes del país. Solamente les diré (pues parecen no saberlo) que el estado de excepción o emergencia está reconocido en nuestra Carta Magna, pero que su declaración corresponde al Presidente del Consejo de Estado, según se establece en el artículo 67 de la misma, que, por supuesto deberá hacerse público por todas las vías posibles para conocimiento general y, hasta donde sé, eso no ha ocurrido ni siquiera cuando lo de los ciclones que recientemente afectaran al país. Tampoco he sabido que ese Ministerio tenga capacidad legiferante como para “crear derecho”.
Los cursos continuarán, y nadie vea en esto intención de desafiar a las autoridades o algo por el estilo pues esa interpretación no tendría nada que ver con la realidad.
De lo que se trata es que estamos hablando, no del derecho de un letrado que pretende cumplir la máxima martiana “Al venir a la tierra todo hombre tiene derecho a que se le eduque y, después, en pago, el deber de contribuir a la educación de los demás”, sino del derecho de todos aquellos cubanos (¿decenas, cientos, miles?) que quieren conocer sus propias leyes que los gobiernan y los derechos, como nos enseñaran los fundadores de la nación, “no se mendigan. Mendigarlos es propio de cobardes incapaces de ejercitarlos”.
En cuanto a Ud., y con todo el respeto que me merece por mujer, por cubana, por letrada y por Ministra, me duele tener que retirarle mi confianza: es totalmente inadmisible que la nación que se autoproclama en Ginebra la más defensora de los derechos ciudadanos que hay en el mundo, permita que se impongan a esos mismos ciudadanos, mediante la fuerza bruta, sin explicaciones legales de ninguna índole, actos de esa naturaleza.
Ruégole excusas por esta segunda carta que, como ya le expresé, será la última. Una vez más, mis respetos.
Lic. Wilfredo Vallín Almeida
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