Dr. Darsi Ferrer
La Habana, 7 de diciembre de 2008.
A finales de octubre oficiales de la seguridad del estado cubano me secuestraron en plena vía pública.
El hecho tuvo lugar mientras caminaba cerca de mi casa; de un Lada color vino se bajaron cuatro oficiales vestidos de civil, me esposaron, me redujeron y montaron en el auto a la fuerza, impidiéndome alertar de mi arresto a dos vecinos que conversaban a poca distancia.
Como de costumbre, en ningún momento los oficiales se identificaron, tampoco se tomaron el trabajo de explicarme a qué respondía su actuar en mi contra, para dónde y a qué me llevaban y, por supuesto, no me enseñaron orden de detención alguna.
Esposado y con un oficial a cada lado me llevaron hasta una carretera intrincada en la periferia de la ciudad. El chofer detuvo el carro detrás de un auto pequeño, de los conocidos como “panelitos”. Después de algunas llamadas desde sus celulares, me bajaron del Lada y sin decir palabra me subieron al reducido espacio trasero del panelito, donde me hicieron sentarme en una silla y casi encima de mí se sentaron los mismos dos oficiales que me custodiaron en el Lada.
Debo señalar que lo primero que vi al subir en el panelito fueron los cristales tapados con nailon negro fijado con precinta, que impedía la visión desde fuera. En un extremo del piso tenían tirada una sábana, en el centro, debajo de la silla, había un pequeño recipiente de los que se utilizan para transportar gasolina, y al otro extremo unas mudas de ropa sucias.
Esa segunda etapa del traslado duró aproximadamente otros 50 minutos, en un silencio sepulcral, sólo interrumpido por el sonido de alguna que otra llamada a los celulares de los oficiales, quienes sin responder escuchaban orientaciones y volvían a guardar los teléfonos.
Hubo un momento en el que se rompió el silencio con la orden de uno de los oficiales que me obligó a bajar la cabeza hasta recostarla en mis rodillas. Minutos después se detuvo el panelito, los oficiales me tomaron de ambos brazos y me bajaron tapándome la cara uno de ellos con su mano.
Después de obligarme a caminar alrededor de 15 metros pararon, quitaron la mano de mi rostro y fue cuando pude ver que estaba en el lobby de una de las llamadas casas de visita de la seguridad del estado.
Allí me esperaban dos oficiales, dijeron llamarse Damián y Saúl, y que eran los agentes de la seguridad del estado encargados de mi caso por orden del ministro del interior.
De ese modo comenzó la nueva estrategia de la seguridad del estado en su afán por neutralizarme.
Los militares comenzaron disculpándose por la forma en que fui trasladado y me explicaron que, en coordinación con el alto mando, decidieron cambiar el método hostil utilizado hasta ese momento contra mí y que sólo deseaban conversar por un rato. La justificación de esa nueva postura la resumieron en el cambio de las circunstancias vigentes en el país y en el contexto internacional, además de responder, según comentaron, al proceso de maduración que notaban en mi trabajo desde hacía algún tiempo.
La conversación transcurrió en un clima de tranquilidad. Ante las interrogantes que me plantearon pude expresar claramente mi valoración acerca de la situación nacional y del por qué de mi labor disidente. Luego me regresaron en uno de sus autos hasta cerca de donde vivo.
El pasado viernes, 5 de diciembre, salí por la mañana de mi casa con la intención de viajar hasta el centro de la ciudad. Antes de llegar a la calzada frenó un auto cerca de mí, acto seguido se bajaron los oficiales “Damián” y “Saúl” y me pidieron que los acompañara para conversar.
El traslado fue para llevarme a otra casa de visita. El asunto sobre el que tenían interés de hablar era la tradicional marcha que realizaremos un grupo de activistas en el parque Villalón el día 10 de diciembre, con motivo de celebrar el Día Internacional de los Derechos Humanos.
La conversación fue afable. Todo el tiempo los oficiales se mostraron preocupados por la posibilidad de que puedan ocurrir, según sus palabras, incidentes provocados por personas ajenas a su personal o a los activistas de los derechos humanos. Tuve necesidad de explicarles en varias ocasiones los conocidos detalles de nuestra actividad, o sea, que la marcha es en silencio, sin consignas ni carteles, además de que, como hemos demostrado en los dos años anteriores, estamos preparados para no responder a ninguna de las provocaciones y agresiones de las que hemos sido víctimas.
Al terminar la conversación me rogaron que me tomara una cerveza con ellos como muestra de la transparencia en su acercamiento, a lo que accedí por cortesía.
En horas de la noche de ayer sábado, el oficial que dice llamarse Damián apareció en mi casa pidiéndome conversar de un asunto importante. Después de hablar durante un rato de cosas intrascendentes, me reclamó por haber hecho pública en horas de esa tarde la convocatoria a la marcha e intentó chantajearme refiriéndose, primero, a la posibilidad que ellos tienen de editar las filmaciones que realizan en los interrogatorios y, posteriormente, mencionando la posibilidad de mejorar o empeorar la situación de mi hermano que está preso, en dependencia de si suspendo o no la anunciada marcha. Llegado a ese punto no permití que continuara la conversación.
Vale aclarar públicamente que sobran razones para negarme de modo absoluto a sostener en lo adelante cualquier tipo de encuentro con oficiales de la seguridad del estado. Considero improductivo e inútil aceptar otra conversación en calidad de individuo con personas que hablan a nombre del cuerpo represivo de la policía política.
Si realmente existe alguna voluntad de los responsables del aparato de la seguridad del estado de encontrarse con representantes de la oposición, estoy dispuesto a conversar siempre que se cumplan las siguientes condiciones:
1- Que pueda estar acompañado por amigos cercanos, los que, además de ser personas de respeto, son destacados líderes de la oposición.
2- Que los asuntos que se traten se den a conocer a la opinión pública con total transparencia.
Mi decisión respecto a la marcha es muy simple: como en años anteriores, el miércoles saldré de mi casa por la mañana junto con mi esposa y caminaremos por toda la calzada hasta el parque Villalón. La limitante para que no estemos a la hora indicada, 11:00 am, es que nos arresten arbitrariamente e impidan llegar en contra de nuestra voluntad.
Aclaro que respeto a cabalidad las leyes del tránsito, no soy drogadicto, ni alcohólico, tampoco le debo dinero a nadie, no tengo enemigos ni ninguna patología mental diagnosticada. Responsabilizo al ministro del interior de Cuba, Abelardo Colomé Ibarra, con cualquier daño que sufra en mi integridad física o mental, así como cualquier daño de esta índole que sufran mis familiares.
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