Monday, April 27, 2009

¿Nuevas pequeñas “libertades”?


Dicen que algunas pequeñas cosas propician que ocurran cosas grandes. Yo, la verdad, no estoy tan segura de eso. Al menos no creo que ese axioma se pueda aplicar en la política, sobre todo cuando son muchas y muy grandes las cosas que hay que cambiar. Me estoy refiriendo particularmente a algunas discretas medidas que parece comenzarán a aplicarse y que supondrían una diminuta “apertura” en el sombrío panorama económico de la Isla, lo que en una sociedad cerrada y totalitaria como esta, puede constituir el primer paso que facilitase en alguna medida cambios en la política… si queremos permitirnos ser optimistas.

Una de estas medidas es bastante sui generis. Según nota publicada en el periódico Tribuna de La Habana del pasado domingo 5 de abril, comenzarán a extenderse las licencias (permisos) de navegación a todas aquellas embarcaciones particulares que desde 1994 y hasta la fecha han permanecido esperando por dicha autorización. La disposición, que como puede suponerse beneficia al reducido grupo de propietarios de embarcaciones menores, es un atisbo de cierto relajamiento de tensiones, toda vez que el temor al tráfico humano o al secuestro de lanchas y yates con fines de emigrar hacia La Florida, ha sido el principal freno al otorgamiento de dichas licencias.

La noticia ha despertado gran expectativa entre los felices propietarios, cuyas embarcaciones han vegetado durante quince años en las bases náuticas a la espera de salir a la mar, y ya se han lanzado a fregar, pintar y alistarlas con la ilusión de dedicarlas a la pesca o explotarlas en excursiones a turistas. El posible incremento del turismo con la entrada de visitantes procedentes de Estados Unidos como clientes potenciales es otro de los acicates a las ilusiones de algunos patrones de yates. No son pocos de ellos los que especulan, además, sobre un cercano fin de la Ley de Ajuste Cubano que permitiría tales actividades sin el sobresalto de verse secuestrados en alta mar por grupos aspirantes a emigrar, con el desvío involuntario de sus embarcaciones y la pérdida de éstas. Son muchos también los antiguos propietarios de yates que podrían contar anécdotas de esa naturaleza.

Por lo pronto, todavía en la desembocadura del río Cojímar –y presumo que a la salida de otras bases náuticas- permanecen enterradas las cabillas que cierran la estrecha salida al mar. Habrá que ver si, por esta vez, el gobierno cubre las expectativas que despierta en alguna gente, y estos marineros no tienen que esperar quince años más para navegar sus yates. Ojalá así sea.

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